UN AMOR NATURAL

-A mí me gustó mucho su amabilidad, y el cariño con el que me hablaba.

- A mí en realidad me gustó que Jovan pertenecía a una familia honesta y trabajadora. Es que desde que estábamos muy chinos él me mandaba papelitos. Eso sí, nunca dejé que nadie los viera, porque mis abuelos me mataban a palo.
Por su parte, él gobierna en las sabanas, y su trabajo es físico y agotador. Un día cualquiera incluye cortar madera, pescar, revisar el ganado, arreglar cercas y mantener los conucos. Ambos sobreviven gracias al trabajo del otro y de esta forma han levantado a su familia. Así es el amor en estas tierras, sencillo, práctico, utilitario, lejano a las realidades urbanas.

Para Virginia y Jovan la vida en La Pareja se basa en una premisa sencilla y efectiva: la familia usa lo que necesita y deja que el resto de la vida silvestre florezca sin restricciones. Por eso no admiten la presencia de pescadores, ni cazadores en su finca. Sólo ellos se permiten pescar en los ríos, caños y lagunas, de donde obtienen los pavones, bagres y caribes que luego preparan fritos o caldo.


La baja densidad de esta ganadería ha permitido que la finca se mantenga casi sin trasformaciones desde que la familia llegó a vivir en ella. A excepción de unas pocas hectáreas sembradas en Brachiarias -un pasto traído de África- y del área alrededor de la casa, el resto del predio luce inexplorado, casi sin tocar. Por eso es posible ver las vacas pastoreando junto con dantas, cajuches y venados.

Cuando les pregunto por las especies de animales que ellos han visto en su finca, la lista se hace larga. Pumas, jaguares, zorros, pavas, osos palmeros, toninas, perros de agua, tortugas cabezonas, micos, dantas, águilas, tucanes, chigüires, cajuches, muchos cajuches. Todos estos conviven con el ganado que Jovan y Virginia han criado en estas tierras agrestes. En La Pareja la conservación es así, simple, sin tecnicismos, pero efectiva.
Virginia Nuta nació en 1971, en una zona conocida como el Alto Vichada en el municipio de Cumaribo. A los pocos años de haber nacido, su padre murió, hecho que recuerda con nostalgia.
-Luego de que mi papá falleció, mi mamá volvió a conseguir marido. Pero en esa época se decía que las hijas no podían vivir con un padrastro, porque nos iban a dar mala vida. Por eso mis abuelos nos trajeron a mi hermana y a mí a vivir en una finca llamada el Copey, que ya desapareció, y que quedaba acá en la vereda Buenavista, donde finalmente crecimos.
Cuando Virginia tenía 12 años fue enviada a estudiar en La Misión, un internado de curas que quedaba en Santeodoro, otra vereda de La Primavera. Por esos días recuerda haber conocido a Jovan Ortíz, un jovencito de 16 años. Desde entonces iniciaron lo que ella denomina amores de papelitos. Luego de un tiempo, Jovan se decidió a pedir la mano de Virginia. Ahora, siendo mayores de edad, estaban casados y asumían su primer reto laboral como pareja.
En 1989 fueron contratados para trabajar de encargados (la denominación local para el responsable del cuidado de una finca) en un rancho que se llamaba el Tesoro, donde nació Hernán, su primer hijo.
Ante la falta de una tierra propia, esta familia se empleaba en diferentes hatos y fundos. Él para manejar el ganado, ella para hacer frente en la cocina, siguiendo la tradición local.
En 1993 se trasladaron hasta La Morúa, una finca ubicada al sur de La Primavera. Allí trabajaron durante cuatro años, y fue en este lugar donde nació Orfa, su segunda hija. Para cuando nació Kelly, la hija menor de esta familia, todos se reasentaron en La Florida, un lugar donde les cambiaría la vida para siempre.
-A finales de los noventa, estábamos bien acomodados en La Florida –dice Virginia. Allá el administrador nos trataba bien. Esa finca quedaba por acá cerca, en Matiyure, y ahí pudimos organizar una marranera con diez caponcitos. Por esos días recuerdo que pasó una camioneta comprando marranos y los vendimos. Con eso nos dieron quinientos mil pesos.
Pero la suerte parecía no estar de su lado. Algunas semanas después de vender los cerdos, una tía de Virginia se enfermó gravemente, por lo cual su tío acudió a ellos para solicitarles un préstamo que le permitiera cubrir sus gastos médicos. Ante la necesidad, cedieron los pocos ahorros que tenían. Pero pasó un año y el capital no aparecía. Entonces su tío, que no tuvo como pagarles el dinero, les ofreció la opción para que le compraran su finca, “La Pareja”, por tres millones de pesos, y que descontaran de ese valor el saldo que él les adeudaba.
EL ALBOR DE UN GRAN SUEÑO
La opción los sedujo inmediatamente. En dos cuotas, y con la ayuda económica del administrador de La Florida, se hicieron dueños de la finca “La Pareja”. Pagando cada hectárea a dos mil quinientos pesos, la familia obtuvo un pedazo de tierra donde echar raíces.
Finalmente, en el año 2000 se mudaron a esta casa de techo de zinc y paredes de madera de flor morado. Allí se dedicaron a sembrar mangos, lechemieles, naranjos, guayabas, icacos, marañones y borojós. También le dieron espacio en su casa a varias gallinas, y desde hace algunos años a Chispas, un perro criollo que le teme a la oscuridad del bosque.
Es una noche húmeda de noviembre de 2018; así suelen ser los días cuando en los llanos orientales inicia la transición que dará paso a una época seca que se prolongará hasta el mes de abril. El ambiente en el comedor es de expectativa. En medio de los zancudos, la familia y algunos investigadores discutimos sobre la posibilidad de que el ocarro haya pasado por el frente de la cámara trampa que instalamos hace unos días.
Este año se cumplen 18 años desde que la pareja Ortíz Nuta se mudó a esta finca y mientras descargamos los archivos desde la tarjeta de memoria, Jovan y Virginia confiesan que nunca han visto a este escurridizo armadillo en todos sus años de vida en La Pareja. Esto resulta paradójico, porque solo a 100 metros de la casa se pueden encontrar complejos entramados de cuevas de este mamífero.
Abrimos varios videos y encontramos barranqueros, picures y lapas, especies comunes en el llano. La tensión aumenta. Luego, un grito de felicidad: un video a blanco y negro muestra un armadillo grande de patas gruesas; un animal de aproximadamente 35 kg. Lo vemos atravesar la pantalla con sus movimientos torpes. Es un macho, joven, con una cinta color plomizo que adorna su caparazón desde la cabeza hasta la base de la cola. Nosotros estamos felices, Jovan y Virginia estupefactos, ríen incrédulos, sin poder explicar cómo, pese a vivir al lado de un animal de ese tamaño, hasta ahora solo hayan visto sus huellas y sus enormes cuevas.
CRECIENDO CON EL GRAN BOSQUE
Caminamos entre un bosque de palmas y árboles gigantes de flor morado y cuyubí. Es el verano de 2021, y me acompañan Jovan y Andrés, su nieto de ocho años. Ellos andan siempre de la mano, así lo guía entre las ramas y la hojarasca. El lugar es exuberante, y por todos los rincones retumban los sonidos de las aves, mientras los micos maiceros comen frutos de la palma real.
Tratamos de encontrar un sendero que hicimos en 2018, pero que se ha tragado la manigua. Luego de algunos minutos caminando por la selva, nos acercamos a un complejo de cuevas y Andrés nos muestra cuál de ellas ha usado el ocarro en los últimos días. Nos enseña, además, que las que están escarbadas son las más recientes y que las viejas ya tienen telarañas en la entrada.
Todas las tardes Andrés visita a los abuelos. Durante ese espacio, Jovan aprovecha para llevarlo a recorrer la finca. Caminan por las playas del río Gavilán. El nieto disfruta resbalarse por las dunas empinadas, mientras identifica las huellas de la danta que bajó al río a tomar agua. Pienso que la de Andrés es una infancia tranquila, silvestre. Jovan me confiesa que espera que sus hijos y nietos sientan el mismo amor que ellos sienten por esta tierra. Se lo transmiten día a día al nieto, así como antes lo hicieron con Hernán, Orfa y Kelly.
Pero, tal como decía Jovan, La Pareja también afronta retos y problemas. La sostenibilidad económica cada vez es más compleja en estas zonas. Los insumos para ganadería y los costos de transporte dificultan la actividad, por eso, ahora contemplan la posibilidad de sembrar marañón.
Debido a la escasez de pasto en la época seca, les gustaría aprovechar el moriche para alimento del ganado; sin embargo, las dificultades para su transformación no hacen sencillo el trabajo.
Recientemente algunos becerros han muerto por depredación; el puma o lión es el principal señalado. Además, cuando han intentado tener cultivos de yuca o maíz, el suelo pobre de estas zonas ha sido un limitante. Y cuando la producción ha sido buena, entonces las dantas se han encargado de estropear las cosechas.
En la actualidad, este predio está en proceso de registro como reserva natural de la sociedad civil, con ayuda de Cunaguaro y WWF Colombia. Pero como en tantas zonas en el país, la conservación en La Pareja dependerá de la capacidad de sus propietarios para sobreponerse a las dificultades y sobre todo, de la voluntad de las nuevas generaciones para continuar con el proceso que iniciaron Virgina y Jovan hace 21 años. Y en eso, el amor del pequeño Andrés por esta tierra plana será crucial.

Yo soy Médico Veterinario zootecnista, Magister en ciencias veterinarias del trópico. Soy director científico de la Fundación Cunaguaro y coordino el Proyecto de conservación de hormigueros de Colombia, que es de Cunaguaro también.