Iota en Providencia ¡el horror, aún no termina!

[vc_row][vc_column][vc_column_text][social_buttons][vc_column_text text_larger=”no”]Iota en Providencia ¡el horror, aún no termina!

Providencia, una isla de 5.000 habitantes ubicada en el caribe colombiano vivió el fin de sus tiempos cuando la devastación apocalíptica de un huracán en categoría cinco, acabó con el 97% de la isla en 12 horas interminables para los isleños.

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Seis meses después, están saliendo entre los escombros las historias del paso de Iota y el abandono de quienes nunca avisaron que el fin los seguía desde cerquita, les tumbaría la puerta, les arrancaría el techo y los dejaría sin nada.

Natural Press recogió las historias de 12 horas de horror y de abandono a seis meses de la tragedia, las promesas incumplidas y el miedo de los isleños a una nueva catástrofe en tiempos de crisis climática en un mundo dominado por un clima enloquecido.

Esta es la primera parte de un especial que mostrará la realidad de Providencia seis meses después del paso de Iota.[/vc_column_text][vc_empty_space woodmart_hide_large=”0″ woodmart_hide_medium=”0″ woodmart_hide_small=”0″ woodmart_hide_extra_small=”0″][/vc_column][/vc_row][vc_row full_width=”stretch_row_content” woodmart_parallax=”1″ css=”.vc_custom_1623953008770{margin-top: -40px !important;margin-bottom: 8vh !important;padding-top: 18vh !important;padding-bottom: 18vh !important;background-image: url(https://www.naturalpress.ca/wp-content/uploads/2021/06/ISLA.jpg?id=8200) !important;}” mobile_bg_img_hidden=”no” tablet_bg_img_hidden=”no” woodmart_gradient_switch=”no” row_reverse_mobile=”0″ row_reverse_tablet=”0″ woodmart_disable_overflow=”0″][vc_column width=”5/6″ woodmart_color_scheme=”light” woodmart_text_align=”center” offset=”vc_col-lg-offset-3 vc_col-lg-6 vc_col-md-offset-2 vc_col-md-8 vc_col-sm-offset-1 vc_col-xs-12″ el_class=”text-center” css=”.vc_custom_1536854053824{padding-top: 0px !important;}”][vc_row_inner el_class=”text-center” css=”.vc_custom_1497600462299{margin-right: 0px !important;margin-left: 0px !important;padding-top: 5vh !important;padding-right: 10% !important;padding-bottom: 7vh !important;padding-left: 10% !important;background-color: rgba(10,10,10,0.5) !important;*background-color: rgb(10,10,10) !important;}”][vc_column_inner css=”.vc_custom_1497600312708{padding-top: 0px !important;padding-right: 0px !important;padding-left: 0px !important;}”][woodmart_title font_weight=”800″ woodmart_css_id=”60cb8e980f066″ title=”Esas 12 horas de interminable horror” title_width=”100″ title_font_size=”eyJwYXJhbV90eXBlIjoid29vZG1hcnRfcmVzcG9uc2l2ZV9zaXplIiwiY3NzX2FyZ3MiOnsiZm9udC1zaXplIjpbIiAud29vZG1hcnQtdGl0bGUtY29udGFpbmVyIl19LCJzZWxlY3Rvcl9pZCI6IjYwY2I4ZTk4MGYwNjYiLCJkYXRhIjp7ImRlc2t0b3AiOiI0NnB4IiwidGFibGV0IjoiMzZweCIsIm1vYmlsZSI6IjI4cHgifX0=” css=”.vc_custom_1623953193201{margin-bottom: 25px !important;}” after_title=”y en Providencia no pasa nada.” after_font_size=”eyJwYXJhbV90eXBlIjoid29vZG1hcnRfcmVzcG9uc2l2ZV9zaXplIiwiY3NzX2FyZ3MiOnsiZm9udC1zaXplIjpbIiAudGl0bGUtYWZ0ZXJfdGl0bGUiXX0sInNlbGVjdG9yX2lkIjoiNjBjYjhlOTgwZjA2NiIsImRhdGEiOnsiZGVza3RvcCI6IjE3cHgiLCJ0YWJsZXQiOiIxN3B4IiwibW9iaWxlIjoiOHB4In19″ after_color=”eyJwYXJhbV90eXBlIjoid29vZG1hcnRfY29sb3JwaWNrZXIiLCJjc3NfYXJncyI6eyJjb2xvciI6WyIgLnRpdGxlLWFmdGVyX3RpdGxlIl19LCJzZWxlY3Rvcl9pZCI6IjYwY2I4ZTk4MGYwNjYiLCJkYXRhIjp7ImRlc2t0b3AiOiIjZmZmZmZmIn19″ title_custom_color=”eyJwYXJhbV90eXBlIjoid29vZG1hcnRfY29sb3JwaWNrZXIiLCJjc3NfYXJncyI6eyJjb2xvciI6WyIgLndvb2RtYXJ0LXRpdGxlLWNvbnRhaW5lciJdfSwic2VsZWN0b3JfaWQiOiI2MGNiOGU5ODBmMDY2IiwiZGF0YSI6eyJkZXNrdG9wIjoiI2VkZWQwMCJ9fQ==” subtitle=”Iota, seis meses despúes.”][/vc_column_inner][/vc_row_inner][/vc_column][/vc_row][vc_row][vc_column][vc_column_text text_larger=”no”]Violeta Posada me contó la historia del paso de Iota. Ella nació en Providencia, me dice que sus padres son colombianos y me llama la atención que  hablan de Colombia como un país vecino, pero no como su país, y entiendo que el abandono los ha hecho sentir que no son de ningún lado, son de Providencia, sencillamente, de una isla caribeña y raizal, con una cultura arraigada que depende del mandatario de turno.

Ella, no es nativa, no es raizal, pero fue parida allí, en esa isla del caribe con un mar de siete colores y una diversidad que le despertó desde niña su pasión por la naturaleza.

Contó con horror el relato del fin de Providencia, la población que a los seis meses de su destrucción total no se para, el lugar en el que se ve a los ancianos sentados en sillas enclenques, en lotes vacíos en los que estaban levantadas sus antiguas casas, añorando verlas en pie.

“La casas ya no están, pero la costumbre de sentarse en la puerta aunque ya no existan se mantiene”, me dijo Zuly Archbold otra víctima del huracán.

Según Violeta se enteraron del estado de las tormentas por aplicaciones, “en esos días estábamos muy pendientes de los reportes meteorológicos con distintas aplicaciones de celular porque ya había pasado ETA y nos compartíamos la información entre compañeros”.

Violeta cuenta que ese día, decidieron refugiarse en la bodega del negocio de su padrastro. –Era una ferretería construida en cemento y consideramos que podría ser un sitio más seguro. Me fui con mi mamá y mis animales, mis gatos y mi perro. Llevamos provisiones, hamacas para dormir, pero nunca pensamos en la dimensión de lo que viviríamos–.

“Teníamos miedo porque vimos los reportes meteorológicos y nos dimos cuenta que Iota iba a ser un huracán de categoría tres y ya habíamos vivido a Beta hacía unos años, un huracán de categoría uno y la experiencia no fue agradable para nosotros” aseguró Violeta.

[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row][vc_row][vc_column][vc_column_text text_larger=”no”]Iota igual que Eta, eran dos de las 30 tormentas tropicales que impactaron en el caribe y se convirtieron en huracán marcando el 2020.

La alcaldía de Providencia hablaba de una tormenta tropical pero no de un huracán y con esa alerta como premisa, la Defensa Civil salió a cortar ramas, llevaron a algunos ancianos a albergues sin condiciones, sin provisiones, ni baños suficientes, no aseguraron los techos, los metieron en iglesias incluso con vitrales, sin pensar lo que tendrían que padecer, explica Violeta.

 “Hace poco encontré en la página web de la alcaldía de Providencia la información sobre la alerta de tormenta, pero nunca dijo que se convertiría en un huracán, no hubo información ni preparación de ningún tipo”.

El 13 de noviembre se formó IOTA en el Caribe. Dos días después se convirtió en huracán. La noche del 14 y el 15 de noviembre hasta el medio día se movió con su paso destructor a solo 10 kilómetros de Providencia, el ojo del huracán estaba casi sobre ellos, era categoría 4.

Hoy, la información que les dieron en ese momento, ya no está disponible, el vínculo está roto.[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row][vc_row][vc_column][vc_column_text text_larger=”no”]Providencia tiene un Collage de ecosistemas, un mar de siete colores con arrecifes coralinos y pastos marinos y en tierra un jardín de mangles, una barrera verde que se bate con el viento y al fondo una serranía que la vigila y en la que sobresale el Peak, la elevación más grande de la isla con 350 metros de altura en la que nacen 45 quebradas, una estrella fluvial que alimentan de agua a Providencia y alivia la sed de los isleños durante el año.

Justo en la falda de las montañas, se ve una serranía llena de pequeños riscos en los que se erige un bosque seco, uno de los pocos que quedaban en el país. Ahí, rodeada por matas de plátano, crotos y un palo de mango estaba la casa de Inés Ward y su familia. Su esposo, su hijo de cinco años, su cuñada y su suegra, vivían en una posada típica caribeña de colores tropicales, con corredores alrededor de una casa alzada sobre una base de cemento y el resto en madera. Inés es raizal.

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Ese día, ella se dio cuenta que sobre la isla pasaría un huracán, ignoraban las dimensiones del fenómeno, no habían recibido gran información, entonces corrieron a preparar la casa, amarraron los techos, cubrieron las ventanas para protegerse de los fuertes vientos y taparon su negocio, una tienda de víveres y enceres en la que también hacían trabajos en computador para ganarse la vida. –Nos preparamos para lo básico, pero jamás pensamos lo que pasaría esa noche–.

Violeta asegura que en la tarde, había incredulidad en la gente y a eso se sumaba la falta de información de los sistemas de alertas tempranas que debían haber difundido la situación real y el impacto del fenómeno que podía golpearlos.

En sus recuerdos está el fuerte viento, –las fragatas volaban en la línea del horizonte, no se les veía volar tan alto como siempre y yo sabía que algo no estaba bien, todo estaba nublado, el mar crispado, revuelto, había mucha brisa y el viento era demasiado fuerte–.[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row][vc_row][vc_column][vc_column_text text_larger=”no”]El tiempo para Violeta no era tan claro, no recuerda las horas con exactitud, le pregunto por tiempos exactos pero no es fácil para ella. –Siento que no tengo claridad, el tiempo para mi, pasó de una forma diferente–.

Ella cuenta como antes de encerrarse en la bodega con su familia, ya empezaron a ver los techos volar y los árboles caer. “Nos guardamos desde temprano, ya habían evacuado algunas personas de la tercera edad en albergues sin condiciones y muy cerca escuchábamos cantos religiosos, era como una película de terror”.

Cuando arreció la tempestad y el huracán llegó a Providencia antes de la media noche, Violeta y su familia, también los animales, ya estaban encerrados en la bodega, ya no podían salir del lugar.

Inés y su familia también se encerraron en la casa aparentemente protegida y con los techos amarrados, pero las ráfagas de viento eran tan fuertes que las casas de los vecinos empezaron a destecharse. Ella asegura que casi no se podía mirar por las ventanas.

“A las 11 teníamos energía, todavía a esa hora, nos enviábamos fotos unos a otros y fue así que nos dimos cuenta que algunos ya habían perdido sus casas”.

Se habían quedado sin techos, buscaban refugio en medio de la tempestad, se metían a las casas que aún estaban en pie. –En el sector de la montaña tuvimos luz hasta las dos de la mañana pero a la una, se empezó a destechar nuestra casa por partes–.

Según Inés los fuertes vientos levantaron la casa de su vecina, “los pedazos caían sobre la nuestra, en el cuarto de nuestro hijo la pared se abrió y empezó a meterse el agua por ahí. Íbamos pasando de cuarto en cuarto, mientras la brisa destechaba la casa por completo”.[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row][vc_row][vc_column][vc_column_text text_larger=”no”]Como entre un laberinto, se escondían de la fuerte lluvia y el viento rápido que se iba llevando todo a su paso; el mar también hacía lo suyo. “Al final se abrieron las pareces y se cayó la casa y todos con mi bebé, nos metimos al baño, cerramos la puerta y la atornillamos, estuvimos ahí durante horas, con el miedo que se nos cayera todo encima, sin techo, los cinco metidos en el único rincón de la casa que quedó en pie, pero nada nos protegía”.

Debajo de la lluvia y metidos en un baño, con el mar pegándole a la montaña, golpeando con fuerza la única barrera que le quedaba, mientras al otro lado de la isla, Violeta sintió que empezó a vivir lo más fuerte para ellos, el miedo no los abandonaba, avanzada la madrugada y muchas cosas empezaron a caer sobre el techo.

“Sentimos que temblaba la estructura, caía polvillo, se escuchaban muchos ruidos sobre el techo, pensábamos que nos íbamos a quedar atrapados”.

Los animales estaban muy asustados, hacernos debajo de las vigas podría salvarnos, intentábamos ver el reporte del tiempo para saber, cuánto faltaba para que todo se acabara, explica Violeta, todavía consternada.

Los vidrios de la ferretería se explotaron por la fuerza de los vientos y en ese momento empezaron a ver que el agua se filtraba por debajo de la puerta y el nivel empezaba a subir.

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“Nos dio mucho miedo porque pensamos que el nivel del agua seguiría subiendo y nos ahogaríamos, que las estructuras del sitio nos caerían encima, estábamos atrapados en un lugar sin saber lo que nos podría pasar, los animales se arrinconaron, tenían miedo”, afirma Violeta.

Pero la ferretería tenía un sistema de drenaje que no permitía que el nivel del agua aumentara, pero no podían salir, en el lugar no había baño, solo bultos de cemento y materiales de construcción.

Un ruido al lado de la bodega los inquietaba y no sabían que era lo que pasaba afuera.

El huracán avanzaba con fuerza, el ojo de IOTA estaba a 10 kilómetros de Providencia según la NOAA, el fenómeno los golpeaba con todo su vigor y durante 12 horas arrasó con todo a su paso.[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row][vc_row][vc_column][vc_column_text text_larger=”no”]A las 11 de la mañana una aparente paz volvió a Providencia, era el fin y el inicio de un nuevo colapso, la tormenta y el viento se calmaron pero lo peor estaba por venir. “Cuando salimos de la bodega, nos dimos cuenta que era el mar el que se filtraba por entre la puerta, olas de metros se alzaron sobre providencia, los pastos marinos estaban pegados sobre las pareces, las algas tiradas por el piso incluso los peces se morían sobre las carreteras, el mar sacó todo a su paso” según Violeta.

Ella tubo su primer contacto con la realidad cuando el huracán pasó y en ese momento, se dieron cuenta que sus vecinos entraron en el cuarto de máquinas de la ferretería.

En la pequeña bodega había una joven embarazada, su esposo y la madre de él, se resguardaron por horas en un diminuto cuarto de dos metros por uno, porque las ráfagas de viento eran tan fuertes y rápidas que se los estaban llevando. Cuando Violeta y su familia salieron de la bodega, los encontraron, reducidos al pequeño espacio, asustados por la furia de la naturaleza, duraron horas allí, sin moverse.

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El paisaje era tan dantesco, la angustia de saber que después de haber visto el estado en el que quedó la isla, la recuperación no sería corta y las provisiones no eran suficientes. “Sabíamos que la crisis duraría meses, y nuestras raciones eran limitadas”. Violeta no quiso volver a salir.

Inés cuenta que a las 11 de la mañana estaban encerrados en el baño, un árbol cayó en medio de la casa, la puerta estaba atornillada y no podían salir, pero cuando lo lograron, el paisaje era apocalíptico.

 “Veíamos ladrillos por todos lados, ninguno de nuestros vecinos tenían su casa en pie, solo quedaron algunos baños” según Inés Warn.

Según Inés, en la montaña ya no había árboles, se veía como si hubiera ocurrido un incendio forestal, toda la vegetación estaba retorcida, como quemada, arrancada de raíz y desperdigada por todas partes. Los postes de energía en la carretera, los tanques de agua llegaron hasta los manglares. “El mar se subió más de 25 o 30 metros, yo vivo a 500 metros del mar y hasta aquí hubo pastos marinos, los vientos parecían tornados”.

[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row][vc_row][vc_column][vc_column_text text_larger=”no”]La sensación era la misma de Violeta, no querer salir para no chocarse con la realidad y quizá tener que ver a sus vecinos que perdieron la vida en medio de los caminos, exponerse a tanta destrucción sin saber por dónde empezar.

“Yo no quería salir del baño porque no quería ver a nadie fuera, no teníamos agua, comida, los enlatados que compramos se los llevó el huracán”, relata Inés con tristeza.

A la bodega del padrastro de Violeta llegó una familia de siete personas, ahora era urgente buscar alimentos e intentar sobrevivir en medio de tanta destrucción. La sensación de ver hacia la montaña era la misma, parecía que se había quemado, todo se perdió, la naturaleza fue inclemente, incluso con ella misma.

La urgencia en ese momento era conseguir provisiones, así que se fueron a buscar por todo el pueblo y encontraron en las carreteras de la isla lo que el viento se llevó, lo que sacó de los supermercados también destruidos por el huracán y lo único que pudieron comer hasta que empezaron a llegar las ayudas.

La casa en la que vivía Violeta, la de su padrastro, perdió el segundo piso pero el primero se podía arreglar y así lo hicieron, con sus propias manos, con la madera que reciclaron, con los materiales de lo que quedó del segundo piso y con lo que pudieron comprar semanas después levantaron de nuevo lo que tenían para ellos y para ayudar a otros. Multifamilias compartían los pocos espacios que quedaron en la isla.[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row][vc_row][vc_column][vc_column_text text_larger=”no”]–¿Y de los animales qué Violeta?–

–Muchos desaparecieron, no se sabe que fue de ellos, en zonas transitables no se veían muchos perros ni gatos, pero la gente no supo dónde quedaron, muchos creen que se los llevó el mar–.

En ese momento lo único que les quedaba era esperar y todavía lo siguen haciendo, con la misma sensación de siempre, la que no ha pasado nunca, la de un pueblo turístico pero abandonado por el Estado colombiano, en el que nunca hubo educación de calidad, ni un hospital para los isleños.

Hoy, las mismas carpas que pusieron hace seis meses siguen funcionando para atender a los enfermos pero no hay nada más, si el asunto es de gravedad tienen que viajar hasta San Andrés, la capital.

Las promesas de levantar una casa nueva, diferente, adaptada a la realidad climática global no fueron cumplidas. Seis meses después, Providencia sigue tan abandonada como siempre.

[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row][vc_row][vc_column][vc_column_text text_larger=”no”]Créditos

Fotos: Instituto Humboldt /INVEMAR

Inés Ward y Violeta Posada

 

 

[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row]

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