Tendiendo puentes para la conservación

En la primera parte de mi columna, “Conservación al Alcance de Todos” concluía cómo los seres humanos suelen generar empatía sólo por lo que conocen y asocian como propio o cercano. Si desde pequeños estamos desconectados del entorno natural, y el entorno en el que crecemos desprecia el valor de los ecosistemas nativos y resalta los valores aprendidos en los medios, seguramente será más difícil poder generar una conciencia ambiental argumentada.

En esta segunda parte quiero hablar sobre el dilema de la conservación, haciendo una explicación con ejemplos reales.

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Tendiendo puentes

Uno de los grandes dilemas de la conservación es si toda la biodiversidad se debe conservar. Para explicarlo mejor podemos usar un ejemplo: En el río Magdalena existe una población de hipopótamos que habitan en sus aguas desde hace más de una década. Pero no por esto necesariamente se deben conservar, dado que es una especie invasora que afecta el ecosistema e incluso a las comunidades que viven en sus orillas. Esta situación se suele presentar frecuentemente cuando se abordan problemas de conservación.

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La biología conservacionista basa sus decisiones en análisis complejos, cuyos resultados no siempre son lo que la lógica tradicional indica. Esto ha creado conflictos con grupos de activistas que perciben la realidad desde un escenario distinto.

Y el discurso parecería estar tornándose polarizado entre animalistas y conservacionistas, e incluso se caldea frecuentemente. La mayoría de estos movimientos o grupos ambientalistas o animalistas actúan sin mala intención y basados en su percepción ética y moral. No obstante, una parte de ellos asumen posturas desde la antropomorfización y el desconocimiento de los procesos ecológicos. Sumado a esto, su empatía hacia especies foráneas carismáticas (lo cual probablemente tiene un origen en lo que mencionaba anteriormente) por encima de las especies y ecosistemas locales, podría convertirse en un nuevo problema de conservación.

Dice el viejo adagio que el camino al infierno está lleno de buenas intenciones, y este podría ser el caso. Movimientos ambientalistas urbanos, sin el contexto necesario y sin tener en cuenta las bases que definen la biología de la conservación como ciencia que rige el manejo de la biodiversidad, podrían influenciar de forma negativa las medidas que se toman en el país desde el ámbito político o gubernamental. Si se prioriza el cuidado de los individuos (domésticos o exóticos introducidos) por encima del equilibrio de los ecosistemas, podríamos generar impactos adicionales que no estamos preparados para solventar. Esto ya se ha hecho evidente con el caso de los hipopótamos en la cuenca del Magdalena y los cocodrilos de Cispatá, en Córdoba.

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Es entonces cuando se hace necesario que los conservacionistas y animalistas intentemos crear nuevos puentes, para así mejorar la conversación en el contexto nacional sobre la importancia del cuidado de los ecosistemas y los servicios que nos proveen. Valorar la vida (cosa que une a conservacionistas y animalistas) no significa que el manejo de ecosistemas no incluya el control poblacional en caso de ser necesario. Insisto, conservar la biodiversidad no implica conservar todas las formas de vida en todos lados. En medio de la crisis de conservación, es necesario priorizar. En especial si los seres humanos hemos alterado las dinámicas naturales.

Creo también que el camino a seguir incluye el acercamiento de los conservacionistas a todos los sectores e incidir en ámbitos diversos. Por ejemplo, debemos inmiscuirnos en las decisiones gubernamentales y en la formulación de políticas públicas a todas las escalas (cosa que han hecho asertivamente los animalistas). Además, es necesario mejorar la forma en que se comunican los esfuerzos de conservación. También deberíamos poner en la palestra pública la necesidad de mejorar la educación escolar para que, tanto los docentes como los estudiantes generen una mayor conexión con su entorno natural, priorizando las especies y ecosistemas nativos.

Tradicionalmente, los conservacionistas hemos trabajado de la mano con las comunidades rurales y costeras, estableciendo acuerdos para el cuidado de la vida silvestre. No obstante, si queremos conservar la biodiversidad de nuestro territorio, debemos acercarnos también a las comunidades urbanas, y generar en ellas apropiación de la biodiversidad nativa, y la biología de la conservación con sus criterios, límites y éticas. De lo contrario, seguiremos encontrando cada vez más resistencia desde las ciudades a iniciativas que tienen el rigor técnico y científico necesario, pero que no corresponden a las lógicas urbanas. Y esto, en Colombia, uno de los países más biodiversos del mundo, pero también uno de los que enfrenta amenazas más graves a su diversidad biológica, podría tener consecuencias profundas.

La conservación debe estar al alcance de todos, y se debe comunicar mejor, para que sea implementada desde diferentes percepciones, pero basadas en criterios claros y fundamentados. Y esto incluye al niño de la escuela en Medellín, al vendedor de helados en Cartagena, al productor de arroz en Casanare, al conservacionista en la Amazonía, al político animalista de Bogotá, o al minero ilegal del Chocó. Finalmente, todos nos beneficiamos de los servicios que nos presta la biodiversidad, y en este sentido, conservarla debe ser la prioridad nacional.

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